Este fin de semana vamos a visitar la familia y eso es bronca segura. Pero no bronca a cuenta de dónde comemos o porque mi cuñado nos la líe con alguna movida de sus negocios. Bronca por la bicicleta.
Más concretamente por dónde va a viajar la bicicleta. Porque hace años compramos un buen portabicis, de grande me refiero. Incluso estuvimos mirando furgonetas cuando decidimos cambiar de coche (así era el lavado de cerebro al que estuve sometida durante semanas). Eso por no hablar de las chapas que me he tragado sobre lo maravillosas que son las furgonetas camperizadas en las que, la verdad, no sé dónde nos meteríamos los críos, las maletas y yo.
Da igual, si viajamos, la bicicleta va en el interior del coche y, a ser posible, envuelta en plástico de burbujas ¡qué digo! ¡¡Entre algodones!! no le vaya a pasar algo a la pobre que, al parecer, también se acoge a la ley de seres sintientes. Mientras, los críos, nuestras maletas y yo, debemos ocupar el espacio equivalente a los chalecos reflectantes no vaya a ser que la pobre bici se toque con seres inferiores como nosotros.
Y cuando hablo de maletas hablo de una maleta con la ropa de nosotros tres. Porque luego están las maletas de mi cicloesposo: una con la ropa (que vamos a pasar una noche y parece que llevemos la equipación del Movistar), otra con el calzado, otra con chuches y cachivaches varios, el casco… ¡El casco!! Al parecer da igual que esté diseñado para que no se te abra el cráneo en caso de accidente, pero eso sí, si va en el coche, es imprescindible que ni se roce con los asientos. Para todo eso hay sitio sin duda.
Y encima de todo ello, la rueda. Lo digo en sentido literal: encima del equipaje y de lo que haga falta. Que digo yo que si eso no estará sucio o llevará grasa que manche las maletas o los abrigos ¡Calla insensata! La rueda tiene que ir en la parte superior, descansando. No hay discusión. Aunque tú lleves tu maleta entre las piernas y encima los abrigos de los niños y no sé cuántas leches más que no caben porque la bicicleta viene con nosotros.
Así que le diré a mi madre que no se moleste en darme tuppers llenos de comida, de esos que cuando tienes un día de mierda en el trabajo te alivian porque los metes al microondas y tienes un guiso casero para cuatro en un santiamén: “Gracias mamá, pero no puede ser. Entiende que si hubiera sitio para los tupper en el coche, -y que conste que tiene toda la lógica del mundo- antes iría, sin duda alguna, la bomba de pie”.