¿Está la UCI poniendo fin a la era dorada del ciclismo de montaña?

¿Está la UCI poniendo fin a la era dorada del ciclismo de montaña?


En los últimos años, el ciclismo de montaña ha disfrutado de lo que muchos consideran una auténtica “era dorada”. La innovación tecnológica ha florecido, los equipos de fábrica han empujado los límites del diseño y la performance, y figuras como Jackson Goldstone, Loïc Bruni o Reece Wilson en downhill, y leyendas consagradas como Nino Schurter en cross-country olímpico (XCO), han llevado el MTB a niveles nunca antes vistos. Pero ahora crece la inquietud en la comunidad: ¿está la Unión Ciclista Internacional (UCI) imponiendo un marco regulatorio que podría sofocar precisamente lo que ha hecho tan emocionante al mountain bike?

La sombra de la regulación UCI ya es bien conocida en el ciclismo en ruta, donde normas sobre anchura de manillar, peso mínimo de bicicletas o incluso la posición del sillín han generado polémica. Casos como el del ciclista Yan Villing, descalificado tras ganar una etapa en la Vuelta a los Países Bajos por una infracción técnica menor, ilustran un enfoque cada vez más estricto y, para muchos, excesivamente burocrático.

Ahora, ese mismo paradigma parece estar trasladándose al ciclismo de montaña. A primera vista, podría parecer positivo: mayor profesionalización, estructuras más claras, equipos con mayor respaldo financiero. Pero hay un costo oculto.

¿Innovación o uniformidad?

Uno de los grandes valores del MTB —tanto en downhill como en XCO— ha sido su espíritu de experimentación. En downhill, vemos soluciones extremas como los protectores de muslo de Reece Wilson o cuadros radicalmente modificados que los equipos de fábrica estrenan en la Copa del Mundo. En XCO, equipos como el de Nino Schurter han sido pioneros en integrar componentes ultraligeros, suspensiones traseras minimalistas y geometrías adaptadas a las nuevas exigencias de las pistas olímpicas.

Estas innovaciones, aunque a menudo inaccesibles para el ciclista promedio, actúan como motor de evolución. Con el tiempo, esas tecnologías “de élite” terminan filtrándose a las bicicletas de trail, enduro o cross country que millones de nosotros montamos.

Pero si la UCI impone regulaciones estrictas —como un peso mínimo, límites en la geometría o prohibiciones sobre componentes personalizados—, corremos el riesgo de convertir el MTB en una disciplina técnicamente homogénea, más cercana a un laboratorio controlado que a un laboratorio de ideas al aire libre.

Algunos argumentan que una regulación inteligente podría incluso ser beneficiosa. Por ejemplo, introducir un peso total combinado (rider + bicicleta) en downhill, al estilo de la Fórmula 1, podría nivelar el campo de juego entre riders ligeros como Goldstone y más pesados como Bruni, añadiendo una nueva dimensión atlética a la competición. En XCO, ya existen reglas de peso, pero ¿hasta qué punto deben limitar la búsqueda de eficiencia?

El problema no es la regulación per se, sino cómo y cuándo se aplica… y quién se queda fuera del camino.

El auge del elitismo y la desaparición del corredor independiente

Quizá el impacto más preocupante no es técnico, sino estructural. La UCI ha reconfigurado el circuito de competición: ya no basta con acumular puntos en pruebas abiertas para acceder a una Copa del Mundo. Hoy, el acceso está cada vez más restringido a equipos registrados —los llamados trade teams— o a selecciones nacionales.

Esto ha elevado el nivel de espectáculo (y, en parte, la inversión en el deporte), pero ha cerrado la puerta a los corredores independientes: esos ciclistas apasionados que compiten con sus propios recursos, sin contrato con un equipo de fábrica, y que históricamente han sido una parte esencial del ecosistema del MTB. Muchos talentos emergentes ya no tienen un camino claro: o son fichados como juniors por un equipo profesional —como ocurre habitualmente en XCO con figuras que siguen la estela de Schurter—, o simplemente no tienen vía real para progresar.

Además, las supuestas “series continentales” que deberían actuar como trampolín hacia la élite aún son escasas, mal distribuidas geográficamente y económicamente inviables para muchos. El resultado: menos participantes en las pruebas nacionales, menos diversidad en las Copas del Mundo y, en última instancia, una comunidad más fragmentada.

¿Queremos un MTB tipo Fórmula 1… o algo más inclusivo?

La gran pregunta que plantea este giro regulatorio es de identidad:
¿Queremos que el ciclismo de montaña sea una especie de Fórmula 1 sobre dos ruedas —ultraprofesionalizado, tecnológicamente extremo, pero reservado a unos pocos— o preferimos mantener un ecosistema más abierto, donde la pasión pueda convertirse en carrera sin necesidad de un contrato millonario?

No hay una respuesta fácil. Por un lado, el alto nivel actual es espectacular, y la innovación de los equipos de fábrica beneficia indirectamente a todos los ciclistas. Por otro, la esencia del MTB siempre ha estado en su accesibilidad, en su espíritu de experimentación y en la posibilidad de que cualquier rider con talento y dedicación pueda soñar con competir.

La UCI podría encontrar un equilibrio: regular lo esencial para garantizar la seguridad y la equidad, pero dejar espacio para la creatividad técnica y, sobre todo, mantener rutas de acceso reales para nuevos talentos. De lo contrario, corremos el riesgo de perder no solo la diversidad, sino también el alma del mountain bike.


¿Y tú qué opinas?
¿Prefieres un MTB más regulado y profesionalizado, o defiendes el caos creativo de la era dorada? La conversación está abierta.

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